Calurosa tarde a fines de agosto
la sed y la aridez me consumen.
Frente a mí, una manzana.
Manjar jugoso que me tienta.
Mordisco apresurado
en exageración de placer.

Un pequeño intruso
envuelto en su dulzor
se aferra asustado
se achica…
se achica más,
pero mi boca es demasiado grande.

Otro ser en minúsculas,
escondido entre agujeros negros,
lo espía y lo mira con lástima
se apiada de él
y lo invita a su casa.

Profunda y oscura
donde el hedor lo recibe
entre altas paredes carcomidas,
millones de streptococcus
descomponen el azúcar en ácidos.

Un grito estremecedor
arranca de mi garganta.
Los asusta.
Salgo corriendo,
el agua y la espuma los licúan.
Tratar las caries es urgente

para volver a sonreír.