After the Storm

#poesía

Fragmentos de conversaciones interrumpidas por un estallido

Christian Jiménez Kanahuaty

En la clase, el maestro nos dijo que “postulamos el mundo a nuestra conveniencia”, pero
no lo entendimos. Fue hasta que estalló la guerra que comprendí sus palabras. Y fue de
casualidad. No estuvo en mis planes que me reclutaran para la resistencia. Pero ahí
estuve, un poco por suerte, un poco por destino. “No puedes luchar, entonces
intercepta”. Aquel fue el designio. Entonces me sentí útil a pesar de mí. Y como toda
persona que pensó ser escritor en su juventud, vi el horror de las palabras.
Ellas dictaron el rumbo de nuestras vidas, aunque de nuestras almas se encargó
la maldita retaguardia.
Ahí quedan entonces registradas las palabras, los hechos, los pensamientos.

“La guerra es el motor de la historia.
La guerra es una forma más del amor.
La guerra nunca es el fin, es el principio.
La guerra hace adelantar la ciencia.
La guerra es impuesta y se gesta desde los tribunales de la mecánica y la tecnología.
La guerra no se gana en los campos de batalla, se la gana desde los escritorios.
La guerra es por petróleo, por oro, por uranio y, algunas veces, la guerra es por el color
de tu piel.
La guerra puede ser regional, local y, también, internacional.
La guerra es un aspecto de la política, pero, sobre todo, es un tema de conversación
entre amigos que comparten una cerveza, mientras fuera estallan las bombas y se
desgarran las gargantas.
La guerra es una necesidad.
La guerra es una ciudad.”

“La guerra está representada, interpretada y organizada; pero, ante todo, es una cuestión
de confianza.
La guerra es famosa porque el punto límite se encuentra en un armisticio que pocos
conocerán.
La guerra que se pretende contar es muy diferente de la que ocurrió.
La guerra genera expectativa y eleva las ventas de los periódicos.
La guerra es nuestro estado de naturaleza.
La guerra es lo que nos une.
La guerra es lo que nos separa.
La guerra es lo que te cuento en las noches antes de dormir.
La guerra es una forma de comunicación.
La guerra de hoy no presagia las de mañana, así como las del pasado no vislumbraron
las del presente.
La guerra siempre parece suceder por vez primera.
La guerra no tiene memoria.
La guerra es como un país, solo está ocupado momentáneamente por personas que
quieren ser recordadas.
La guerra es un lenguaje.
La guerra es como un gran recuerdo: allí se hacen las cosas de otro modo.
La guerra es la sintaxis de los hombres que ahora viven en el cielo.
La guerra tiene la forma de cuerpos mutilados que brillan en la oscuridad.
La guerra es un abuso de la estadística.
La guerra nos enseñó que hay vanguardia y hay retaguardia.
La guerra nos enseñó que para escribir de ella lo mejor es el silencio.
La guerra inició la modernidad.
La guerra es hiperbólica.”

“La guerra es fragmentaria.
La guerra es coral.
La guerra es un producto comercial.
La guerra es solo el sueño de un Dios que no tiene tiempo para resolver los problemas
de sus creaciones.”

Así que, mientras las horas pasan, los periódicos se venden y las niñas juegan con un
solo juguete en habitaciones cerradas por maderos, todo acontece en pantallas de
televisión que al principio muestran todo a color, pero con el tiempo, los programas
pasan a ser en blanco y negro.
Parecen emerger de un pasado tan remoto como perdido en el tiempo. Lo que
nos muestran las cajas de televisión se parece a siluetas que se recortan en el teatro.
Los edificios punzan las nubes. Las voces de los amantes confiesan el amor eterno que
nunca morirá. Pero dentro de los cuadernos, los adolescentes escriben sus breves
memorias de estos días. En ellos cifran destinos que no tendrán, emociones que sienten
a diario y pensamientos que nacen luego de escuchar las noticias. Fuera, los ríos corren
desbocados. Las tormentas se precipitan, y el sol, envuelto por la espesa ceniza de la
tierra demolida, parece ausente.
Pisan los escombros soldados que ya no tienen dientes. Mirarlos es ver el futuro.

Mis manos amoratadas por el frío. La guerra es esto y mucho más.
De todas formas, por las noches
el político de pura cepa, ante las elecciones,
habla con sus hijos mientras corta la carne
y esboza una sonrisa perpetua y espantosa
que a los crédulos debía parecer
franciscana

(realmente les hablaba como a gorriones
posados en la palma de su mano),

y entonces entra en juego
el actor,
el rapsoda,
para que las manos que hace veinte minutos asesinaron
repartan cariño familiar
mostrando el Edén a los que están a salvo bajo ese techo.

Se podría justificar todo por amor,
y ellos lo saben. Pero lo malo es que aquí no hay amor.
Los restos de humanidad,
tan disponibles como los latidos del corazón,
provocan un ataque de tos.

Pero tras la cena, los hijos se van a la cama, cerrando puertas y ventanas.
La mujer se desnuda e ingresa en la cama, sonríe al hombre que, a su manera, la
ama y cuida de ella. Las cortinas se cierran y ella habla:
“En el diario leí las declaraciones de la esposa
de un rico y noble banquero:
‘bajo este gobierno los ricos se han vuelto
aún más ricos,
no se lo creerán pero
MI MARIDO ESTÁ MUY ENFADADO AL RESPECTO’,
sus palabras, mi amor

me dejaron absolutamente animada”.
Y él, acariciando el blando vientre, le responderá:
“No debes preocuparte, estoy aquí, contigo
y nadie podrá ingresar a nuestra casa. Ellos saben que estoy de su lado”.

Christian Jiménez Kanahuaty

Autor de las novelas, Invierno, Te odio, Familiar, Paisaje, Los libros de nuestro padre, Cuidar del fuego y Calor cercano. Y los libros de poesía: Bodas elementales y Moxos.

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