After the Storm

#cuento

En casa

Roberto Alva

Las ventanas, aun cerradas, permiten escuchar los sonidos del silencio que en su interior encierran. De ellas emanan gritos constantes que reposan en mis oídos a través de vibraciones cristalinas que retumban en cada una de estas paredes que me rodean. El color de estas paredes se refleja como un tatuaje en mis ojos, proyectándome las voces multiformes y risas extravagantes que he venido dejando marcadas con el paso del tiempo.

Me levanto de la sombra de mí mismo, me dejo acariciar por manos que tocan, que se peinan como si quisieran arreglar su vida o componerla de la belleza que, de por sí, ya me ciega. Del techo comienzan a caer cada una de las bocas que se mantenían colgadas por las risas que en su momento producían. Comienzo a asfixiarme, se adhieren a mi ropa, resbalan por mi cuerpo, e incluso siento cómo me muerden sus palabras, me carcomen lentamente.

De forma intempestiva, la quietud viene a mí, al menos a mi cuerpo, en el momento en que la luz de una de las lámparas comienza a parpadear, en silencio. Mi sombra intenta descifrar el mensaje, pero es un lenguaje que ninguno de los que estamos aquí logra entender. Con furia, sorbo otro trago de whisky, ahora directo de la botella, e inhalo inmediatamente una bocanada de humo. Intento serenarme pausadamente, trato de reconocer el espacio en el que me encuentro, pero cada uno de los objetos se va desmoronando al contacto con los ojos.

Un ruido llama mi atención, viene de la habitación contigua. Pego el oído a la puerta, guardo la respiración, incluso concentro todos mis sentidos en un punto exacto cerca de la cerradura. Viene la angustia ante el silencio, pero antes de que la desesperación me embargue, un ligero murmullo comienza a tomar forma. Al principio no puedo desfragmentarlo, inhalo y vuelvo a aguantar la respiración, lo que provoca escuchar mi propio latido del corazón con mayor intensidad, potencializando el miedo a que me traicione. Justo en ese momento logro dilucidar la voz de una niña que canta. Afilo la atención con sumo cuidado para darme cuenta que lo extraño es que el origen no proviene del otro lado de la puerta, sino de la puerta misma, reflejando el eco de las voces que, en algún momento, permearon la habitación.

Me encuentro confundido, retrocedo unos pasos, ya sin miedo, pero en ese instante siento cómo una humedad va desplegándose a través de mis pies desnudos. Me sumerjo en un mar de letras que me ahogan, sobre todo, que me hostigan, al tiempo que me producen una increíble fascinación por su inquebrantable e insistente forma de mostrarme el mundo sin mi presencia. Aunque también me van restregando cada sentimiento que quería gritar o, mejor dicho, que me dolía sentir.

Me dejo llevar ante esta corriente babilónica, cansado dejo la botella de whisky en la mesa, apago el cigarro al tiempo que me levanto a cambiar de acetato… Creo que por fin estoy en casa.

Roberto Alva

Nacido en la ciudad de México, en 1976. Antropólogo de profesión y siempre ávido de letras, escritas o leídas, melómano de corazón, curioso por naturaleza y sociable por lo laboral. Ha publicado “Con los ojos entre tus piernas” en la Antología: Claroscuros eróticos y “Que se junten los psicópatas” en Antología: Amores Tóxicos, así como diversos artículos sobre antropología del consumo, en medios impresos como digitales.

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