After the Storm

#cuento

El enano

Tlachiv Soriano

Habría sido tan alto como sus hermanos, pero los genes lo condenaron a tener esa cara de niño malcriado. Desde los quince años viste como rapero. Casi nunca camina por la banqueta cuando se dirige a las oficinas del Servicio de Limpia del Municipio donde trabaja; camina a sus anchas a media calle; le importan un bledo los cláxones de los conductores.

Si por pura chiripa me lo encuentro en la calle, me lanza escupitajos o piedras. Yo lo paso de largo. Si yo me atreviera a ponerme al tú por tú, termino en la cárcel. Y como están las cosas, al rato no quiero pasar como enemigo número uno de todos aquellos que sí son enanos. En realidad, nunca le caí bien a mi vecino desde que éramos niños.

Cuando íbamos a la Escuela Primaria Oficial Paz Montaño, él me señalaba de “chino-cochino” por mis fuertes rasgos japoneses, y “pelón cacotas” por mi cabeza rapada. Y yo le decía: “Tarzán de bonsái” o “Ayudante de Santa”. Ignoro si él recuerde esos dimes y diretes que hacían reír a los demás chamacos. Tampoco sé si recuerde aquella vez que me amenazó, junto con otros compañeritos, con una navaja (la navaja que su padre usaba para rasurar la barba de los vecinos), y me dijo en pleno recreo: “¡Aquí no te queremos, ojos-de-alcancía, lárgate de acá!”, y ante el temor de que me la hundieran en la barriga, corrí por toda la escuela y, al no hallar un buen escondite, fui hacia el techo del salón, donde me acorraló junto con sus compinches; no tuve más remedio que arrojarme al vacío, quedando bien marcada en mi memoria ese miedo a las alturas. Jamás llegué a acusarlo, tampoco él renunció a hacerme daño apenas puse un pie en el salón. A pesar de todo, le guardo cierta pizca de cariño. Algo me dice que él sería el primero en llamar a la Cruz Roja, si me diera un paro cardiaco en plena calle.

Si no se ha casado no es por su tamaño ni por su excéntrica forma de vestir, sino por cómo mira a las mujeres en la calle. Ojalá fuera eso; también les dice los más crueles piropos. Si fuera mi amigo íntimo, además de darle un zape en su cabezota, le diría que no enfoque la mirada en sus pechos y traseros, sino en sus rostros. Ninguna de las vecinas le tiene afecto. Alegan que no habría amor ni cariño, sino sexo árido y violento. Las he visto cambiar de rumbo cuando lo ven a lo lejos. En caso contrario, ellas caminan por la banqueta, gritándole: “¡Qué me ves, baboso!”, y él responde con alguna majadería. Para las muchachas, se torna más enano, acaso un pequeño demonio.

Quizá un día mi vecino termine atropellado. Ya imagino la alegría de las mujeres de nuestro barrio cuando se divulgue la noticia. Se sentirán libres para usar sus minifaldas y blusas escotadas, o de ponerse sus pantalones ajustados que calquen el tamaño de sus calzones, aunque eso signifique ir a la casa del enano a dar el pésame. Lo cierto es que ellas se vestirán y maquillarán sin darse cuenta que lo hacen para él. Quizá, muy en el fondo, eso quiere mi vecino: que haya muchas mujeres en su entierro. Tal vez, y bien mirado, por eso él camina a media calle cuando va o viene del trabajo; sin embargo, ningún automovilista le ha cumplido el capricho. Quizá temen un terrible golpe en la afasia. ¡Hasta para eso tiene suerte el enano!

Tlachiv Soriano

Nacido en 1975 en un hospital frente al Teatro de la Ciudad de Puebla, es Maestro en Estudios Humanísticos. En 2006 participó en el Taller Oaxaca 1 y ha publicado relatos en suplementos literarios, además de incursionar en el periodismo. Es profesor universitario en diversas instituciones, fotógrafo, amante de los gatos, exrunner y aspirante a YouTuber.

Colabora con After the Storm

Política de Privacidad – After the Storm – El Paso, Texas, EEUU / 24