After the Storm

#cuento

Candelaria y el escobillero

Andrea Pereira

—Nena, hay algo que tenés que saber antes de que me vaya.
—Tía, usted no se va para ningún lado —dice Grisel, llevando la cuchara con sopa a la boca de Celsa.
—Todos sabemos lo que tengo, hasta yo lo sé; los médicos no me lo cuentan porque ustedes no los dejan, pero yo tan boba no soy. El viejo murió igual.
—Vamos, tía Celsa, tome un poquito más.
—No quiero más sopa, tengo que hablar más y comer menos, importa más lo que sale de mi boca que lo que entra por esta.
—Bueno, pero después come algo.

Grisel toma la fuente y la lleva de la cama a la mesa de luz. Luego vuelve a sentarse en la cama al lado de Celsa. A pesar de su figura tan delgada y su piel notoriamente demacrada, se le iluminan los ojos. Sonríe mientras le cuenta:

Era verano, el sol parecía partirle la cabeza a pesar del sombrero de paja; Celsa, con diez años, iba de la mano de su madre; ambas deseaban llegar rápido a la casa y beber agua, pero unos tambores distrajeron a Candelaria. Sin soltar la mano de su hija, esta siguió su oído y le preguntó a su niña si también escuchaba la música. Ella le respondió afirmativamente y ambas cambiaron de rumbo guiadas por el sonido.

Varios hombres tocaban tambores, otros aplaudían; mujeres con el cabello escondido en turbantes blancos y polleras muy largas bailaban al son de la música. Un joven hacía malabares con una escoba. Celsa los miraba con la boca abierta:

—Mami, ¿por qué se ven diferentes?
—Son africanos, nacieron en otros lados y tienen la piel diferente, pero son como nosotras por dentro.
—Yo quiero ser como los africanos, mami.
—No puedes ser africana, Celsa, ya sos de acá —dijo Candelaria entre risas y tratando de no subir mucho la voz para evitar ser descubierta y poder seguir viendo el espectáculo.
—Esa música es muy linda.
—Es candombe, mi amor, es de acá, es lindo sí.
—¿Le decimos a papá?
—No, a él no le gustan estas cosas.

Escuchando la música, oyendo las voces y viendo el baile, ambas olvidaron la sed. El joven de los malabares movía los hombros y llevaba en su mentón su escoba. Candelaria lo observaba detenidamente, Celsa movía su pequeño cuerpo al ritmo y se moría de ganas de pedirle a aquellas personas que la dejaran participar.

El joven de la escoba la hizo caer resbalando por su pecho hasta tomarla con ambas manos; miró hacia un lado y notó que había algo diferente entre las chilcas y los arbustos. Disimuladamente bailó acercándose y logró ver a las dos escondidas mirándolos. Candelaria, al notarlo, quedó como si fuera de piedra por un instante, y luego, tomando a Celsa fuerte de la mano, corrió a su casa.

—Grisel, yo te puedo decir qué es lo que es el amor, ¿sabes?
—Dígame entonces, tía.
—Es lo que vi en ese momento, mamá y ese muchacho se vieron en ese momento y yo, con diez años, sentí que una energía diferente caminaba de los ojos de mi madre a los ojos de aquel malabarista; en realidad era un peón de estancia, de una cercana a la mía, como la mayoría de los que estaban en esa pequeña fiesta; algunos eran sirvientes, otros vaya uno a saber qué eran, pero todos eran amigos o conocidos entre ellos.
Desde ese día mamá y el hombre de la escoba se veían siempre. Yo iba de su mano y nos quedábamos escondidas, pero él siempre nos veía; aunque cambiáramos el escondite, nos veía. Se sonreían, los ojos verdes de mamá, igualitos a los tuyos, le brillaban. Esos segundos en que se miraban, yo sentía que mamá era feliz.
En casa las cosas no eran buenas, nena, mi padre siempre estaba borracho, siempre rezongando y quejándose, siempre exigiendo, mamá siempre sumisa, callada y sin esa luz en la mirada que le veía cuando escapábamos a ver a los que ella llamaba africanos, pero para mí que eran uruguayos no más, creo que era su manera de explicarme sobre etnias y esas cosas. Creo que mientras yo soñaba con usar esas polleras y bailar con ellos, mamá soñaba con ser una escoba.
—Era bravo el abuelo.
—¿El abuelo? Mi padre era un hombre muy difícil, agresivo; además tenía poder en el pueblo; era un tipo importante, respetado.
—Sí, papá siempre me lo dijo.
—En especial con tu papá, era muy malo con Pablo, muy malo.
—¿Y qué pasó con el escobillero?
—Se llamaba Juan, me enteré cuando doña Ivonne, la brasilera de la estancia vecina, le habló a mamá de su peón, el negro Juan. No sé bien cómo se las ideó mamá para que Ivonne le dijera el nombre sin que se dieran cuenta de sus verdaderas razones; recuerdo ver a mamá mirando aquellos ensayos o fiestas que eran cada pocos días, en el mismo lugar, y susurrar su nombre, decir Juan, sin que la escucharan. Ella siempre creyó que yo no sabía, pero yo sí sabía, lo supe siempre; mamá estaba muy enamorada.
—¿El abuelo se enteró?
—Tu abuelo sí, se enteró. Yo tenía diez años, no lo sé, todo lo que sí sé es que algunas tardes mamá me dejaba en lo de Ivonne, jugaba con sus hijas por horas. Ahora que pienso, la brasilera quizá sabía algo, pero no sé. El tema fue que un año después de todo aquello nació Pablo, yo estaba feliz, todos lo estábamos, y la llegada de mi hermano no cambió nada. Mamá iba a ver las reuniones escondida, me llevaba a veces, en otras se iba y me dejaba en lo de Ivonne. Tres años después pasó lo que pasó.
—Papá siempre me dijo que cuando él tenía tres años la abuela murió porque le dio un infarto…

—Sí, murió cuando Pablo tenía tres años, pero no, no le dio un infarto. Yo iba a tener otro hermano o hermana, y ahí fue que se complicó. No sé si hubo un chisme, no sé si solo la siguió, no sé por qué sospechó, yo sé que yo estaba con Ivonne, sus hijas y Pablo cuando escuchamos dos explosiones. Salimos y del galpón salieron mis padres, él tenía un arma en la mano, ella lloraba, estaba toda despeinada, la ropa a medio poner. Nunca me saqué de la cabeza los aullidos de mamá, era peor que un llanto, y la brasilera nos metía para adentro de la casa mientras mi padre le pegaba patadas y cachetazos a mi madre que caía y se levantaba y seguía con ese sonido espantoso, ese lamento.
Pasó dos días con fiebre en la cama, yo entré cuando vinieron las sirvientas de Ivonne a ayudarla. Mi padre no quería médicos, vi mucha sangre, nena, yo creo que eso fue por mi hermano, el que no nació, porque lo que él le dio fueron golpes, no creo que la haya cortado o baleado; los dos tiros fueron a otro cuerpo, del que no se habló nunca. Martina, la hija mayor de Ivonne y yo fuimos a ver a los que siempre ensayaban allí y a Juan no lo vimos más; eso me hacía reafirmar mi teoría.
—¿Me estás diciendo que mi abuelo mató a mi abuela?
—No, te estoy diciendo que mi padre mató a mi madre y a tu abuelo, porque Pablo tiene nuestra piel, pero mira esos rulos y el odio de mi padre hacia él, te lo digo por él o ella —dijo Celsa estirando la mano y tocando el vientre de su sobrina.
—Mi abuelo…
—Sí, tu abuelo seguramente era el escobillero, yo se lo dije a tu madre, pero nunca me creyó. Justo saliste igualita a mi madre, rubia con los ojos verdes, menos me iba a creer, pero con la genética nunca se sabe, además esta enfermedad maldita que se llevó al viejo me está llevando a mí. Vos quedate tranquila porque el bicho no está en tus venas, ustedes no van a morir así.
—Eso no se sabe, tía.
—El tiempo hablará, pero tu bebé puede que sea muy bueno para el candombe y los malabares.
—No sé qué decir, tía, es mucha información, muchas sorpresas, y nada es seguro.
—Nada es seguro, bueno sí, para mí es seguro que en unas semanas, cuando vaya a ver a mamá, va a estar con sus amigos africanos, como ella les decía, el candombe, su amor y quizá hasta su amiga doña Ivonne.

Andrea Pereira

Nació en Montevideo, Uruguay, el 28 de junio de 1983. Perteneció al taller literario de Maria de la Cuadra. Estudió letras dos años aprobando con la nota máxima “Literatura moderna y contemporánea,dictada por el poeta Washington Benavides, presentando para dicho examen un cuento inédito que había escrito en la adolescencia.

Egresó de periodismo y locución en el 2003 de la Escuela nacional de declamación. Sus más de 100 cuentos han sidos seleccionados por revistas literarias o galardonados en concursos. Su primer premio fue en el año 2016 en Misiones, Argentina, ganando el tercer lugar en concurso literario sobre el mate con el cuento “El mate y la plaza”.

Sus obras han sido publicadas en México, Perú, Chile, Argentina, Alemania, Colombia, España,Uruguay, entre otros. Sus novela “las cartas de Esther” fue ganadora del primer lugar en Argentina y “Amadeus” finalista en Estados Unidos en el concurso Reinaldo Arenas también Finalista con el poemario “Musas de roble” en Estados unidos en el año 2021 Ganadora del primer lugar en Argentina como cuentista por”Flor de lino” y “Crecer a los sesenta y cinco” y del tercer lugar dos veces en Argentina con “El mate y la plaza y “Taissa” y una vez más en Uruguay con “Una promesa de hermanas”

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