“En el principio era el caos”, solía decir un antiguo griego. Un caos oscuro, silencioso, el aire; un espacio que se abre. Tal vez todo lo contrario a lo que uno imaginaría al escuchar ese nombre.
Me hallaba dentro de él, esperando pacientemente lo que vendría; no podía reconocer nada, y mucho menos entenderlo. ¿Cuánto más debía esperar? Veía las mismas imágenes una y otra vez, repetidas, mientras el sol llegaba y se iba sin ningún acontecimiento especial. ¿Es esto lo que llamaban monotonía? Llegada la noche, las cosas cambiaban; al menos para mí, las cosas se volvían más claras y brillantes. Había tranquilidad, pero una muy diferente a la del caos. Sentía que me pertenecía, que sólo era mía y para mí. Pero no es eso lo importante. No.
Como ya dije, tenía que esperar en la monotonía de una existencia sobre la cual no tenía conocimiento alguno, no entendía por qué ni para qué. En uno de los tantos días que veía al sol recorrer el cielo, caí dormido. No recuerdo por qué, ni cómo, sólo recuerdo que cuando desperté el sol se perdía en el horizonte; la luz hacía brillar algo que me lastimaba los ojos y, tratando de encontrar qué era, me vi rodeado de unos barrotes dorados. En medio, yo. Era un círculo perfecto, con una pequeña puerta cerrada con un candado.
— ¿Dónde estoy? —pregunté sabiendo que no podía esperar una respuesta.
— En donde siempre estuviste.
La voz vino de algún lado que no logré reconocer, estaba en todas partes, como el eco de un túnel. Era gruesa, autoritaria. Pero, ¿quién era? Más importante, ¿por qué decía que siempre había estado ahí?
Volví a mirar a mi alrededor, y sólo podía reconocer los árboles y caminos por los que alguna vez había transitado, ahora más lejanos que nunca; pero, ¿cómo era posible?, yo recordaba haberlos tocado, sentido. Entonces, me di cuenta de que la copa de aquellos se movía con suavidad, pero yo no podía sentir la brisa por culpa de esa bóveda de cristal.
Seguía viendo las mismas imágenes de antaño, sin embargo, algo había cambiado bruscamente.
¿Había estado ahí siempre?
Cansado, caí de rodillas. Había intentado abrir esa puerta hasta que la noche se hizo inminente. Estaba confinado al más absoluto silencio, sin poder ir más allá de ese cerco. De alguna forma, todo se volvía más pequeño, más asfixiante, y sólo quería ir hasta ese árbol que veía tan cerca, al que nunca había prestado tanta atención. Parecía más hermoso en las últimas horas del día, destellando como diamante bajo la luz de la luna, que, lentamente, se alzaba luchando con el débil sol.
Y ahora no podía seguirla, no podía acompañarla. Ya no la sentía mía. Ya no sentía que brillaba para mí. Estaba ahí afuera, para todos los que quisieran mirarla, tocarla y alcanzarla, pero no para mí. Ya no.
— ¡No puedo salir! —grité, agarrando los barrotes dorados.
— ¿Por qué dices que no puedes? Sólo tienes que mirar más allá, y salir.
La voz, esa voz. La buscaba sin poder determinar un punto exacto, un origen. Sentía que me volvía loco, que había estado ahí encerrado más de unas cuantas horas. ¿Cuánto tiempo había pasado realmente?
— No, no puedo salir.
— Nada te está frenando.
— No mientas.
— ¿Yo miento? ¿Acaso no es verdad?
La voz parecía más lejana ahora. ¿Se atrevía a decir que no mentía? Si la puerta no se abría, y yo no pasaba a través de los barrotes… Tenía que estar loco. Empecé a considerar esa opción como válida; la locura siempre había sido la mejor respuesta cuando algo no podía explicarse.
Me dejé caer contra los barrotes y miré mis manos a la tenue luz plateada. No las podía reconocer. Estaban más arrugadas, marcadas por la fuerza del intento de escape; pero también viejas, como si el tiempo hubiera pasado.
¿Cuánto tiempo había estado dormido?
Empecé a pensar en mi libertad, en lo que yo creía que había sido la libertad… La vida que había llevado me parecía ahora tan fugaz, tan borrosa. Sólo podía recordar algunos momentos de felicidad compartida, pero, ¿qué más? Todas las veces que había dicho que no, o que había postergado algo. Lo último que recordaba, era que me había dicho a mí mismo ir hasta ese árbol, pero me había parecido tan lejano, y el sol tan fuerte, que lo dejé para “mañana”. Y ese mañana no había llegado, porque me desperté en este encierro, en esta especie de jaula.
¿Se suponía que este era mi caos? ¿Era esta mi vida ahora? Vivir arrepintiéndome de mis negativas, de recordar con nostalgia amarga lo que había decidido postergar, y no sentir; no sentir el pasto entre mis dedos y el viento trayendo olores dulces como el de las flores o la lluvia.
Tenía la cabeza hundida entre las piernas cuando lo sentí. Un dulce olor que me parecía muy familiar. Me embriagaba y aceleraba mi corazón. Me aturdía el sentirlo tan cerca, como el roce de un abrazo. Con los ojos cerrados lo seguí, no importaba, en algún momento me iban a frenar los barrotes dorados.
Llegué a la puerta. Ahí, frente a frente, con el brillo que ahora era plateado, me quedé pensando. ¿Quería ese caos silencioso? ¿Quería quedarme en ese lugar para siempre, sin intentar liberarme, aunque gastara todas mis energías?
Volví a intentar una, otra, y otra vez, hasta que las puertas cedieron y, en ese momento, el perfume del jazmín me llenó el alma.
Salí corriendo.
Corrí llenando mis pulmones de aire; tropecé en el camino, pero al final llegué hasta el árbol. Lo toqué despacio, haciendo que mis dedos sintieran la rugosidad de su corteza, el frío; algunos daños hechos por los animales. Sentí sus hojas, las que llegaban a mí, tiernas y jóvenes, y las que estaban en el piso, secas y crujientes. Me dejé caer a sus pies y contemplé la noche una vez más. Ya se estaba terminando, dando lugar al sol.
Por primera vez sentía que el amanecer me pertenecía, que era para mí.
El sol teñía las nubes con su clásico tono rosado. En esa mañana fresca, las nubes corrían por el cielo como si quisieran escapar. Algunos grillos aún cantaban. Todo parecía anunciar que las cosas iban a mejorar.
Con el sol ya en lo alto, me encaminé, lejos de esa jaula. Y la veía, solitaria, brillando. Lista para atrapar a su siguiente presa. Fue cuando desperté.
Confundido, miré a mi alrededor y lo único que podía reconocer, era el olor a jazmín entrando por la ventana. Era mi vida diaria, sin voces extrañas, sin jaulas… O eso es lo que creía.
Me levanté y fui a preparar café; la voz seguía resonando en mi cabeza “nada te está frenando”. ¿Qué me detenía realmente? El tiempo iba a pasar, y yo seguía aquí, tenía al menos esa suerte.
¿Qué me detenía? En mi camino hacia algún lugar, tropecé con un libro que había dejado descuidadamente en el piso. Cuando lo levanté se abrió, y lo que leí me llamó la atención: “caos: abrirse de una caverna”. Fui hacia la ventana, dejé el libro en mi escritorio y comencé a pensar en el caos. Había tantas formas y definiciones; se contraponían. Yo debía elegir realmente a cuál hacerle caso. ¿Abrirme paso rompiendo algo, con una gran explosión?, ¿o, simplemente, atravesar una puerta?
Tenía que crearme de nuevo, y ese encierro, algún día, iba a terminar. Pero, ¿cómo iba a contar mi historia del caos? No era una explosión, ni un dios creador.
Lo único que tenía en mente era “jazmín”.
Cerré los ojos esperando, conteniendo el aliento. Me imaginé el posible futuro. Era invierno, había que esperar; hibernar tal vez. Pero algo era seguro, la esperanza de esa primavera que vendría, llenando los corazones, renaciendo, despertando del letargo de una enfermedad. Un poco más lentos, un poco más conscientes. Los pies firmes, que van a caminar, correr y saltar. Hasta que el corazón no pueda más. Las manos que van a sentir, las bocas que van a saborear. Y los ojos que van a mirar y llorar.
Le di un último sorbo al café, mientras el sol terminaba de llegar a lo alto. El futuro estaba a la vuelta de la esquina, pero todavía no se había destapado. ¿Cómo nos íbamos a mantener hasta entonces? Fue cuando me di cuenta de la respuesta, y cuando me preguntasen qué me mantuvo firme y me impulsó al caos, hablaría del jazmín, que eran brazos reconfortando a un desesperado en su sueño. Hablaría de los verdaderos brazos, que, sabía, me esperaban ahí afuera, tan cansados como los míos, pero llenos. Llenos de ganas y esperanza. Y cuando me preguntasen por ese sueño, si era real o no, tal vez, las palabras no salieran. No puedo definir bien, pues todo eran sentidos, eran olores, sensaciones, que iban más allá, y tan diferentes; como los ojos en cada ventana, viendo avanzar un invierno no esperado, con la esperanza de esa nueva primavera.
Y esa voz sigue conmigo, latente y fuerte. Cada día al despertar, y al irme a dormir.
Cuando por fin el encierro terminó, corrí. Corrí hacia los árboles que había ignorado; hacia mi familia que me esperaba, mis amigos. Y abracé, y sentí; miré, reí, lloré. No dejé de bailar y cantar desde el día del sueño, y, ahora, lo hacía con más fuerza. Los colores eran más nítidos, los sentimientos más fuertes y, cada noche, volvía a sentir que la luna era para nosotros; y cada amanecer, esperaba pacientemente al sol, mientras observaba el cambio de colores en el horizonte. Grababa cada segundo en mi memoria y los vivía con fuerza. Nadie sabía, ni entendía, antes de esto, que la vida era eso; sólo hacía falta una jaula dorada para entender que esa libertad no es real, hasta que no decidimos darle sentido y vivirla, hasta que el corazón no pueda más.
Nací en Santiago del Estero, Argentina, el 19 de diciembre de 1994. Bisnieta de un conocido escritor de la provincia, Carlos Bernabé Gómez, decidí seguir sus pasos, inspirándome en su vos de lucha. A la edad de 10 años, al menos de forma más continua, comencé mis primeros pasos en la escritura. Ya en la adolescencia, sólo sentía la necesidad de expresarme con las palabras escritas, pero me daba vergüenza que los demás las leyeran. Cuando entré en la universidad, para estudiar Literatura, rompí un poco ese temor, y comencé a participar en concursos, sobre todo con poesía. Me dediqué a los talleres de cuentos y dramaturgia, con el objetivo de perfeccionar mi escritura; comencé un blog y trato de llevar las letras a dónde sea. Gané el reconocimiento de mención joven, en el 27° Certamen Internacional de poesía y cuento de Grupo de Escritores Argentinos, y la publicación de dos poemas en dicha antología, entre otras publicaciones más caseras de amigos y talleres.