After the Storm

#cuento

Cómplices

Cibela Ontiveros

En una noche de oscuridad agazapada, los pies me llevan lento. Es una casa donde flotan presencias en el aire, rozan mis brazos y flotan mis cabellos. Me miran, las siento, pero no las veo. Entran por mi boca y las exhalo en suspiros. Me saben a frío. Intento reconocer el recinto; los muebles, un resquicio de voluntad se niega a obedecerme. Es la primera vez que deambulo en ese lugar, me digo temerosa. Pero sé dónde queda cada cuarto, cada mueble, cada objeto. Es como haber renunciado a ellos recientemente. Abro una puerta y en la cama está un cuerpo desnudo que parece dormido. Es un hombre, camino alrededor sin despertarle, conteniendo el aliento. Algo me dice que conozco cada centímetro de su piel, que no hace mucho tiempo también estuve en esa cama, en ese lugar vacío, entre esos brazos marcados. Su perfume gobierna la habitación, lo llevo impregnado. Observo los dedos masculinos y me toco el cuello, mientras cierro los ojos. Salgo con brusquedad, agitada y húmeda, confundida.

Una sofocación me postra de rodillas en la sala, sobre una alfombra. Es un ahogo que brota de la garganta y amenaza con hacerse voz mientras me dividen varios pensamientos. El hombre de la habitación se despierta, prepara café, conecta una grabadora vieja: reconozco a María Callas. Comienzo a tararear Casta Diva y me recuesto sobre la alfombra. El hombre de ojos verdes exclama: ¡Qué voz! Y yo apenas descubro que puedo cantar. La música nace de mi espíritu, natural como el aire, como un órgano de humo. No tengo una garganta mágica, sino el estómago encantado. Casta Diva es triste, le digo a mi interlocutor, pero él no me responde, todo el tiempo parece ignorarme. El sopor me hace presa y me quedo dormida.

Aunque la grabadora sigue encendida y el casete todavía se escucha, la música ha terminado. Reconozco el aire en la cinta donde comienza un zumbido lejano. El hombre se ha metido a bañar, escucho el agua.

Camino hacia el patio, la puerta corrediza está abierta, arriba un ocaso me hiere, me duele de lo hermoso que es. Siento que se trata de un día al revés que comienza por la noche y que culminará en la mañana. Reviso la hora en el reloj de pared, pero está detenido. Busco mi celular por toda la casa. Lo encuentro en la habitación, en el buró del hombre que se está duchando, pero la hora no existe, no aparece en la pantalla. Salgo de nuevo porque me falta el aire.

Un sonido me adormece, me hace cabecear apenas me detengo. Es una mosca construyendo un muro: vuela de izquierda a derecha frente a mí. Huele a sangre. Un crimen ocurrió ahí, seguramente. No sé si es mi sangre, pues ahora no puedo recordar cómo huele, pero la conozco porque la he probado. A la mosca le toma casi dos minutos terminar los dos metros de ancho que va construyendo de muro, siempre de izquierda a derecha y de abajo hacia arriba. Lleva metro y medio levantado. El muro está salpicado ligeramente de sangre. La mosca mide casi tres centímetros. Procuro no hacer mucho ruido. Si me descubre, ¿me atacaría? Parece un insecto muy fuerte. Mirar no tiene nada de malo, pienso. Tal vez se lo diga para defenderme o justificarme.

Ella no advierte mi presencia, sigue construyendo. Mueve sus patas tan rápido que es difícil seguirla con la vista. Giro la cabeza hacia el interior de la casa y siento que hay rostros que no aparecen; sin embargo, la atmósfera comienza a plagarse de otras presencias, no deseo que me invadan otra vez. Las paredes y los pisos empapados de melancolía también podrían ponerse a cantar.

Y cuando la mosca haya terminado el muro que levantó para ocultar el crimen que quizá cometió… ¿A dónde irá? ¿Qué hará? Estoy tentada a preguntarle. Mejor no. Si la distraigo se podría enfadar. Mi afán no es molestarla, sino la curiosidad. Siento que sobro en aquel lugar. Siempre estoy de más. Los fantasmas evitan chocar conmigo, me rehúyen. La mosca sigue ignorando mi presencia. No obstante, ¿a dónde ir? Es solo un sueño, me digo, una pesadilla. Es preciso permanecer aquí. El perfume conocido se acerca, las manos me atenazan el cuello.

Ya no corren ni mi nombre ni mi sangre por las venas. Los ladrillos cubren todo el horizonte.

Cibela Ontiveros

Nací en 1984 en Durango (México). Soy narradora y docente. Recibí el apoyo del Programa de Estímulos a la Creación y Desarrollo Artístico (PECDA) en Veracruz y Durango. Concurso de Edición ICED (Durango, 2023), libro seleccionado como antología de cuentos El infierno que se merecen. Apoyo PECDA Durango (2023) como Creador con trayectoria. Cuento antologado en Chicalotas (Reunión de narradoras del Noreste) “El infierno que se merecen” (2024).

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