Cuando las ciudades se alzaban sobre nubes de neón y la humanidad empezaba a tocar las estrellas, “Los Hijos de la Ascensión” se revelaron. Eran la cúspide de la ingeniería genética: más fuertes, más rápidos, más inteligentes. Su líder, Althea Dragoner, no buscaba el dominio, sino la purga. “La humanidad es algo que debe ser superado”, proclamaba.

El primer ataque fue una masacre. En menos de una semana, las principales estaciones orbitales cayeron. Los gobiernos, debilitados por décadas de corrupción y conflictos, apenas resistieron. En el caos, la capitana Helena Vonstail reunió a un grupo de insurgentes en la destartalada nave Aren. Su misión: infiltrar la base lunar donde Althea coordinaba su ofensiva, lanzando cabezas nucleares a las ciudades de la Tierra.

Cuando llegaron, se encontraron con una verdad inesperada. Los Hijos no buscaban exterminar, sino forzar la evolución. La supuesta “purga” era un experimento para ver quién podía sobrevivir a las condiciones extremas que enfrentarían en un universo hostil.

“No somos verdugos”, dice Althea, “somos sus salvadores”.

Helena tuvo que tomar una decisión. Con un disparo certero, activó un pulso electromagnético que destruyó la base, sacrificando a todos los Hijos. Mientras la Aren escapaba, Helena miraba la Tierra en silencio. Había salvado a la humanidad, pero sus pensamientos eran encontrados. En la fría inmensidad del espacio, los ecos de la guerra desaparecieron, dejando solo una pregunta: ¿Cuál es el precio que tiene el futuro?